El Individualismo Rampante
Vivimos en una era en la que todo apunta a que el amor y el cuidado a sí mismo es la apoteosis de la felicidad.
Por cualquier nimiedad, las parejas se separan. Los matrimonios ya no son compromisos a largo plazo. La gente se casa contemplando de antemano, los posibles escenarios de divorcio.
Nadie quiere lidiar con nadie. Los amigos son amigos hasta que no se sentirse sofocados o cargados. El nivel de las personas tiende a ser cada vez menor.
Cada vez tenemos dispositivos más sofisticados de comunicación, sin embargo, los seres humanos cada vez estamos viviendo más solos.
No es raro ver, incluso, que en un mismo grupo cada quien esté conectado a algún dispositivo y ninguno de los presentes estén comunicándose entre sí.
Mientras más desarrollados son los países, la gente vive más aislada. Edificios enormes habitados a razón de un alma por apartamento.
Los niños vienen de hogares fragmentados, pasando por la experiencia de padres con segundos y hasta terceros matrimonios. Intensificando el sentimiento de pérdida en el que han crecido.
Los medios nos bombardean diariamente diciéndonos que si nos compramos el carro correcto, la ropa de moda, la cartera de marca, el reloj que da estatus, y así por el estilo, no necesitaremos de nada ni nadie mas. Se vende la ilusa idea de que nos tenemos a nosotros mismos y a nuestras cosas, tenemos suficiente para ser felices.
Esto no es fortuito. Aquellos que manejan las maquinarias de mundo entendieron que las personas que están solas, alejadas de su círculo familiar, sin una estructura de soporte fuerte, son más fáciles de manejar.
Ya pasamos de la economía de consumo de familias fragmentadas, al comercio individual.
El individualismo rampante es exaltado a través de la publicidad, el cine, y todos los medios de alcance masivo. Es el nuevo estilo de vida sofisticado. Mientras por ahí deambulan vidas fragmentadas, rotas y vacías.
El sentido de pertenencia es una de las necesidades básicas del ser humano, tanto como comer, dormir, respirar. Fuimos creados para vivir en sociedad. La familia es la estructura vital en la que nos formamos como personas y aprendemos a enfrentar al mundo.
Los paradigmas han cambiado. Los roles de hombres y mujeres han cambiado. Pero aún es posible buscar un equilibrio que permita tener relaciones maduras y sanas.
Es importante tener una autoestima saludable, pero volcarnos completamente hacia el ego puede resultar doloroso y es un camino plagado de soledad.
Conviene identificar esas relaciones vitales y gratificantes, y fortalecerlas dando de sí y cediendo de vez en cuando; buscando equilibrio.
Estamos a tiempo de retomar los valores morales y poner en su justo lugar las cosas realmente importantes: la familia, los amigos, los seres queridos.
Hay mayor gozo en dar que en recibir. Y dar de sí mismo y tomar en cuenta los sentimientos y el sentir de los demás abre un canal de gratificación mutua que atrae gran bienestar.
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